Guadalajara es una tierra de
historia, y por defecto, también una provincia donde el misterio puede asaltar
la curiosidad del visitante que un día se deja caer, pongamos como ejemplo, por
una de sus villas que todavía conserva buena parte de su rancio pasado
medieval: la antigua Thithia. O lo que viene a ser lo mismo: la bella Atienza.
Obviando por el momento hacer
referencia a los numerosos atractivos que el visitante puede paladear
felizmente recogido dentro de sus murallas, sí me gustaría dedicar una mención
especial, a un afectado monumento románico situado extramuros de la ciudad. Un
monumento que, aún muy modificado en esencia, conserva, no obstante, una
portadilla tan particular, que no cometería ninguna grosera exageración, si a
ella me refiriera poco menos que como única en su género: la ermita de la
Virgen del Val.
Situada, como se ha dicho,
extramuros de los restos de las que fueran imponentes murallas de la ciudad, en
las que han vuelto a situar, como referencia, las indicaciones de Camino de
Santiago, la iglesia de la Virgen del Val –o del Valle, que tanto da-, hoy día
convertida en ermita y posiblemente alejada del culto salvo en fechas muy
particulares, ofrece, en la curiosa ornamentación de su portada, todo un enigma
no exento de curiosidad, que se presta, como un acertijo, a variadas formas de
interpretación. Está formada, por una arquivolta sobre la que una variada gama
de personajes, en número de diez hacen contorsiones, simulando esa Rueda de la Vida
–puede existir alguna concordancia, pues curiosamente ese número, el diez, es
el que tiene asignado en las cartas del Tarot la Rueda de la Fortuna-, bajo
cuyos inescrutables designios el ser humano se desenvuelve a merced siempre de
su impredecible destino. Ninguno de los personajes es igual, sino que, por el
contrario y en vista de su atuendo –que en eso, bien se podría pensar que puso
un particular interés el cantero que los talló-, muestran una visión
antropológica de la sociedad de la época. De manera, que junto al danzante
sarraceno, a juzgar por su turbante, podemos ver al clérigo cristiano con su
casulla, a los lacayos y posiblemente también al señor.
También podría ser aceptable, y de hecho, también más común, aquélla otra interpretación que ve en la portada alusiones a un tipo de vida y actuación que en la época era considerada como licenciosa: el mundo de la música, la danza y el espectáculo. Tal vez, motivado por dicha suposición, se piensa que esta iglesia, dada su situación extramuros de la ciudad, era frecuentada por goliardos o gentes de dudosa moralidad. No obstante, sea como sea, supone, después de todo, un interesante reto y a la vez, un detalle de interés dentro de ese particular estilo artístico, que ha sido denominado, poco acertadamente, en mi opinión, como el románico pobre de Guadalajara.
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