jueves, 14 de mayo de 2015

Fortis Seguntina, la catedral de Sigüenza


Impresiona su aspecto de solidez, de inconmensurable fortaleza desde cuyo corazón los mitrados seguntinos dominaban aquéllas vastas extensiones arrebatadas a los musulmanes tras una cruenta reconquista que se localizaba a escasos kilómetros de una tierra, la soriana, considerada hasta entonces -aproximadamente, el siglo XII- como la frontera del Duero: aquéllas esteparias tierras de nadie, que separaban los dominios de la España cristiana y la España musulmana. Durante siglos olvidada -como así nos recordaba Francisco García Somolinos, cuando en mayo de 1852 escribía, en un magnífico artículo (1), aquello de: ni su magnificencia, ni su mérito artístico, merecían tan vergonzoso olvido...-, la catedral seguntina, dedicada a la figura de Santa María la Mayor, ha recuperado parte de su antagónico protagonismo, toda vez que, afortunadamente, hace años que está despertando en España una sensibilización generalizada -más popular que gubernamental, por desgracia-, que se caracteriza por un tipo de turismo más exigente, que huye de los típicos y tópicos paquetes de la España cañí: el cultural. Sin duda, en base a ésta influencia, es posible asistir a esos intensos episodios medievales, cuyos arquetipos y protagonistas van interactuando en la imaginación del espectador que, toda vez franqueada la entrada, se enfrenta a pecho descubierto con lo más notable de un universo, el medieval, que creaba en base al espíritu. Un espíritu, todo sea dicho, sobre el que también se fueron asentando visiones artísticas y espiritualidades posteriores, de la misma manera que aquéllos se elevaron sobre cosmogonías anteriores. No es de extrañar, por tanto, que desde el ejemplo primordial de la caverna –ya considerado por los filósofos griegos, como Platón- y de los bosques sagrados, hasta los excesos churriguerescos representativos del barroco, las grandes catedrales, como esta Fortis Seguntina, sean aulas vivas y autosuficientes, capaces, por propia inercia, de interactuar desde las infinitas soledades de sus melancólicas umbrías, con destellos de genialidad y pasión donde, a poco que el observador se fije, verá una sucesión de mitos y técnicas superpuestas, destinadas a influir sobre sus percepciones, pues no en vano constituían el pilar de conexión de dos mundos aparentemente antagónicos, como son el terrenal y el espiritual. A través de una visión global, hemos de suponer, así mismo, que como complementos de la arquitectura sacra, especialidades encuadradas dentro de las denominadas Bellas Artes, como la escultura y la pintura, contribuían también –y lo continúan haciendo- a despertar ese lado anacrónico o estado de ánimo primordial encaminado a despertar ese niño dormido –comparativamente hablando- que en el fondo no deja de ser la consciencia, si bien un excesivo recargo –aluminosis artística- echó a perder otra de las magníficas cualidades que poseían, como auténticas máquinas de resonancia que eran en un principio, destinadas, igualmente, a potenciar la expansión de la conciencia de los fieles. Actualmente continúan constituyendo un lugar de culto, sí, pero también improvisados museos de arte sacro, donde incluso la heterodoxia tiene su hueco y su estado. Tomemos, como aviso para navegantes, el ejemplo de esa formidable figura de San Cristóbal transportando a Cristo Niño –cuya presencia en catedrales y colegiatas debió de ser considerablemente notable en tiempos- que recibe al visitante apenas franqueado el umbral de su puerta de poniente; el mismo que, en palabras textuales de Robert Graves (2), desposeyó a Hércules, quien había rendido el mismo servicio al dios Dioniso. O la figura, hieráticamente isíaca de la propia Patrona seguntina, Santa María la Mayor, juez y parte, desde el infinito abismal de su impenetrable velo –como diría Madame Blabatzsky- de concepciones materno-lunares en las que se basaban las primeras conciencias humanas. Incluso ese canto a la eterna juventud, representado por ese indolente Doncel, que aparece recostado sobre su propia sepultura, luciendo en el pecho la cruz roja de Santiago, inmerso en la prístina, romántica nube dorada del dolce far niente, con un libro -¿de Horas?- en sus finas y amaneradas manos, no muy lejos de ese figurativo rey Amfortas de los caminos, San Roque, mostrando, a la manera de los iniciados, su muslo herido, acompañado de perro –como aquél amigo ctónico que también se advierte en ocasiones acompañando a oscuras santas, como Santa Quiteria-, y el ángel, sobre el que resulta difícil no preguntarse si quizás sea el mismo que le ofreció el Cáliz Amargo a Jesús en el Huerto de los Olivos.

Y es que, en definitiva, adentrarse en los claroscuros inconmensurables de la Fortis Seguntina, es otra forma de recordarnos que, después de todo, continúan existiendo resquicios de una Iberia, cada día más lejana, que sin duda fue inequívocamente mágica en el pasado.


(1) Francisco García Somolinos: 'La catedral de Sigüenza', Semanario Pinturesco Español, 25 de mayo de 1852.
(2) Robert Graves: 'Los dos nacimientos de Dioniso y otros ensayos', Editorial Seix Barral, S.A., Barcelona, 3ª edición, septiembre de 1984.

2 comentarios:

KALMA dijo...

Hola! Juan Carlos contigo siempre aprendo algo nuevo, mira que he ido veces a Sigüenza y ni idea tenía del nombre "Fortis Seguntina" y si me apuras, la talla románica de a virgen la había visto de soslayo, ahora, el plano del bello doncel que duerme en la cripta, ese ¡¡Es mío!!
Me encanta, un besote.

juancar347 dijo...

Hola, bruja. Todos aprendemos de todos en esta formidable Escuela que tenemos de puertas de casa hacia afuera y en cuyo conocimiento, sin importar niveles ni gustos, todos aportamos algo que de alguna manera enriquece a los demás. Las imágenes marianas de esa época contienen muchos detalles que no siempre se aprecian a simple vista y en los que hay que poner mucha atención, aunque sé que este tipo de imágenes no son de tus preferidas. El Doncel dormido en la cripta lo vi (lo reconozco) a través de la verja, pero dentro de que como apasionado del Arte me interesa todo, no formaba una parte imprescindible de mi visita, y que me perdonen los seguntinos. Sigüenza, a pesar de todo, todavía contiene sus secretillos, y ante la vista de algunos de ellos, no dejo de sentir cierta lástima por aquellos otros que se han perdido irremediablemente. Me alegro que te haya gustado. Un abrazote