jueves, 8 de diciembre de 2011

Galve de Sorbe

Apenas una decena de kilómetros separan el curioso despoblado de Villacadima de otro pueblo, Galve de Sorbe que, a juzgar por las dos picotas que posee y el castillo que lo vigila como un silencioso halcón desde lo más alto de un cerro cercano, debió de poseer cierta relevancia en el pasado.

No deja de ser una visión fantástica, por otra parte, observar las evoluciones del ganado vacuno -terneras, principalmente- que, como manadas de búfalos en las praderas mesoamericanas, por poner un símil, deambulan en círculos por las parameras esteparias anexas a la Sierra de Pela, cuyas hierbas y rastrojos muestran una notable capa de armiño producia por las fuertes heladas de la noche, incluso en otoño, lejos aún de los rigores invernales que caracterizan el lugar.

Como en numerosos pueblos, situados dentro o fuera de la provincia, en Galve de Sorbe también existe una memoria antropológica y cultural que, como las piezas de un gigantesco puzzle histórico, hay que ir pacientemente recogiendo de los dinteles, de los balcones o simplemente de las fachadas de sus casas. La mayoría de esos objetos, aunque debidamente ortodoxos, responden, no obstante, a una memoria atávica que alcanza, en mayor o en menor medida, a todos los cultos y civilizaciones anteriores. Sólo por poner un ejemplo, se podría decir que las custodias o las cruces monxois en los dinteles cumplen la misma función, en resumidas cuentas, que, por ejemplo, esos lares o dioses del hogar que nunca faltaban en los hogares romanos.
Hay, sin embargo, una curiosa representación que, aunque no desconocida dentro del ámbito de la simbología cristiana, sí permite pensar en ese carácter solar del Cristianismo, afín a otros cultos anteriores, de los que es sabido que se nutre. Me refiero a ese imponente disco solar que impera en una de las casas cercanas a la Plaza Mayor, en cuyo centro, y en letras góticas -o similares- se observa el anagrama de Jesús. No dejo de pensar ahora, como lo pensé en aquellos momentos en los que apuntaba el objetivo de mi cámara hacia la fachada de la susodicha casa, en aquélla máxima atribuida a Jesús por los Evangelistas: Yo soy la Luz de este mundo.


Cabe añadir un detalle anecdótico: en la Plaza Mayor, enfrente del Ayuntamiento, hay un local que continúa teniendo el aspecto de lo que era antaño; es decir, un bar. Ahora es una casa particular.




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